Milano vs. Torino

Los asentamientos humanos en las diferentes ciudades vienen marcados por diversos motivos. Uno de ellos es, evidentemente la situación geográfica. Las primeras metrópolis surgían sin un plan demasiado establecido, aprovechando los lugares fértiles de las orillas de los ríos para cultivar, buscando en muchos casos posiciones elevadas que defendieran el pueblo de posibles ataques e invasiones. Cuando las murallas medievales y de pólvora dejaron de tener sentido, la mayoría de ciudades crecieron como si de manchas de aceite se tratara.

Pero la mano del hombre, que es muy astuta, se planteó: ¿Por qué no determinar el crecimiento de la ciudad previamente? Y aparecieron los trazados regulares. Mallas ortogonales que ordenaban mediante un sistema de calles y espacios construidos todo el casco histórico. Retículas que constreñían las edificaciones y las limitaban para no olvidar los límites urbanos del espacio público. La ciudad iba a crecer, a partir de ahora, en base a unas reglas establecidas.

En el caso de Milán, un vistazo rápido a cualquier mapa turístico nos haría pensar que es una ciudad caótica:

Nada más lejos de la realidad.

Es precisamente esa variedad de trazado la que hace que la ciudad sea diferente. No hay ejes claros a primera vista. No existen maclas que ordenen el centro de la ciudad. Casi desaparecen las calles paralelas y perpendiculares a 90 grados. Las vías se convierten en un entramado de venas que se cruzan entre ellas, sin llegar a ningún sitio. Un conjunto de células que se dividen y generan pequeños espacios. Desaparece la perspectiva. Los edificios no dejan que veamos que se encuentra detrás de ellos. El factor sorpresa es determinante para entender la ciudad, porque a cada giro de esquina nos encontramos con algo que no esperamos.

En Torino, ocurre justo lo contrario:

Las calles se parecen demasiado entre sí.

La malla ortogonal, generada desde el plano del hombre, no se adapta a la geografía del lugar. Da la sensación que el río discurre por el único hueco que dejan las edificaciones. ¿Por qué no se aprovecha este accidente geográfico para dotar de vida la ciudad, como se hace en París? El río en Torino pasa absolutamente desapercibido. Es tratado como un borde, un límite en la ciudad que hay que atravesar, en lugar de ser entendido como una oportunidad.

Y es precisamente esa belleza, la que hace que Milán sea diferente.

La plaza que contiene al Duomo controla perfectamente la escala del edificio que nos va a presentar. El plano terrenal, no tiene nada que hacer contra el divino. La catedral se levanta hacia el cielo de la capital de la moda, enseñándonos lo minúsculo que somos. Desde cualquier punto de la plaza, nos acompaña una sensación de inmensidad.

En Torino, pese a encontrarnos con una catedral mucho más reducida, el espacio público adyacente no juega un papel clave en la situación del Duomo. La iglesia parece esconderse de la ciudad, entre edificaciones de su misma altura. Aunque el edificio contenga dos hitos en la historia del cristianismo, como la sábana santa y uno de los clavos de la cruz, da la sensación de tener celos de su hermana, ya que se oculta ante nuestros ojos.

Los edificios emblemáticos de Torino se adaptan tanto a la trama ortogonal generada, que ocupan como máximo el tamaño de una manzana. Por el contrario, en Milán se utiliza el espacio necesario para cada elemento.

El Castello Sforzesco es rodeado por el parque Sempione, de grandes dimensiones, siendo aprovechado por todos los milanistas los días de buen tiempo. Se potencia así el espacio urbano, propiedad de los habitantes de la ciudad.

Por contra, en Turín nos encontramos prácticamente de bruces con él.

Una edificación que debía proteger la ciudad, y se encuentra dentro de ella, flanqueado por cuatro calles. No se prepara la entrada al monumento, no hay espacio aprovechable que lo rodee. El castillo está insertado en una plaza, donde desaparece casi por completo el mobiliario urbano. Si quieres contemplar la edificación medieval tienes que, con suerte, sentarte en una acera y esperar que dejen de pasar los coches.

Ocurre lo mismo con las circulaciones.

Las diferentes escalas que posee Milán, distingue unas de otras. Vía Dante, que conecta el Duomo con el Castello, tiene una fuerte presencia comercial. La calle se llena de vida. Las tiendas más lujosas de la ciudad y del imperio de la moda se abren a ambos lados del recorrido, siempre con la imagen del castillo de fondo. Los coches desaparecen para que el peatón se apropie del espacio que le pertenece.

Y como estos ejemplos, se podrían citar muchos otros: la galería, los arcos del triunfo, el cementerio… Lugares que sorprenden por su situación dentro de la ciudad. Por su tratamiento respecto al resto de monumentos históricos. Por su concepción del espacio público. En definitiva, su compleja integración con la vida social de los italianos. Y es todo el conjunto lo que da valor a cada uno de ellos por separado.

Si tenéis la oportunidad de visitar Milán, es difícil que os defraude. Es cierto que se trata de ciudad industrial y puede parecer gris el primer día que se visita. Pero a veces es necesario un poco de tiempo y algo de reflexión para darse cuenta de lo que tenemos ante nuestros ojos.

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