Bordes líquidos
Cada vez me interesan más las ciudades que entienden sus ríos y costas como medios en lugar de límites. Como situación de oportunidad, en lugar de fronteras.
El agua, tantas veces tratada como borde, es en realidad un tejido que conecta: entre márgenes, entre barrios, entre memorias colectivas. Los ríos han sido históricamente corredores de intercambio, y sin embargo, durante siglos las ciudades los convirtieron en drenajes, en cicatrices, en espacios residuales.
Hoy, la mirada cambia. El río no es el final de la trama urbana, sino un inicio posible: un eje de biodiversidad, un corredor cultural, un espacio público vivo. Recuperar sus orillas es recuperar la posibilidad de habitar la ciudad de otra manera, más abierta, más sensible, más consciente de sus ritmos naturales. El reto está en pasar de la lógica de contención a la lógica de convivencia: aceptar que el agua fluye, que crece y decrece, que transforma. Y que nuestras infraestructuras, más que dominarla, pueden aprender de esa dinámica. En esa relación de mutua escucha, la ciudad encuentra un nuevo equilibrio.
Quizá ahí esté la verdadera frontera: no en el agua misma, sino en nuestra forma de imaginarla.



